martes, 1 de septiembre de 2015

PEONES DETRÁS DE UNA VITRINA, II - #ProyectoParaDos

Para leer la primera parte de "Peones detrás de una vitrina" debes ir al blog de mi querida compañera Linda Ravstar. Este relato participa en Proyecto Para Dos de Reivindicando a Blogger.

*Hambre, señal, intención, entierro, desafortunado*




Diana esbozó una sonrisa de puro placer maquiavélico cuando escuchó el sonido de la cerradura al abrirse. Mientras le daba una gran calada a su cigarrillo de tabaco rubio, giró la lujosa silla de escritorio en la que esperaba para poder ver la cara de Javier en cuanto cruzase el umbral de la puerta.
―Has tardado menos de lo que me esperaba ―dijo, con esa sonrisa clavada en los labios.― ¿Has vomitado?
―No, no lo he hecho―, murmuró el chico mientras se quitaba el abrigo y la bufanda, dejando ver el rostro a su mentora.― Debo reconocer que me ha resultado demasiado…satisfactorio.
Javier alzó la mirada y le entregó la pequeña caja de madera a Diana. Mientras la mujer observaba su contenido, el muchacho se fijó en las expresiones de su admirada maestra: esos ojos verdes, muchas veces serios, ahora brillaban con expectación; sus labios dibujaban una mueca de deseo contenido, mientras sus manos se abalanzaban prácticamente hacia el contenido de la caja. Javier comprendió que ella disfrutaba más que él con todo aquello, a pesar de ser él el protagonista de aquella noche. Diana lo miró con orgullo, se levantó y le plantificó un sonoro beso en la mejilla. El muchacho supo así que había completado el primer módulo con éxito.
―Ve a lavarte, no debes llegar tarde a casa.  Hoy ha sido una noche larga y debes descansar. Ya sabes qué hacer con la otra ropa, y yo colocaré mientras tanto esta preciosidad en la sala.
Javier asintió con la cabeza y se retiró de la sala. Cruzó el pasillo del enorme apartamento de Diana y se dirigió a una pequeña estancia, detrás de la cocina, en la que estaba la caldera. Al lado de la misma, un pequeño horno de fuego llameaba en la oscuridad. El chico abrió la puertecilla por la que se alimentaban las llamas y tiró allí toda su ropa manchada. Sonrió al ver cómo el fuego consumía las prendas con rapidez, y se quedó allí, sintiendo orgullo de sí mismo, hasta que no quedó más que ceniza. <<Bien hecho, Javi, bien hecho>>, se repetía una y otra vez, como si intentara convencerse de que sus actos habían sido realizados para justificar una nueva manera de hacer arte, y no por la mera sed de sangre de la parte más oscura de su alma.
Mientras tanto, Diana abría una botella del mejor vino tinto de su reserva. Cogió una elaborada copa de la cómoda del salón, y vertió con suma elegancia el vino en ella. Dando sorbos a su bebida preferida, recorrió el pasillo de la casa en dirección contraria a la que lo había hecho Javier unos minutos antes. Apoyó brevemente la copa de vino y la cajita  en una pequeña balda que había a modo de adorno en la pared del pasillo, para poder coger la llave que llevaba colgada del cuello y que abría la última puerta de la casa. Canturreando una melodía por lo bajo, la mujer recorrió las estanterías de la gran sala, de estilo rústico, hasta que llegó a una que estaba casi vacía. Con una sonrisa más marcada aún que antes en su rostro, dejó la caja de madera allí, y se bebió su copa de vino pensando en los siguientes pasos que daría próximamente junto a su pupilo.

A la mañana siguiente, a Javier lo despertó el sonido del timbre de su casa. Sobresaltado, se levantó de la cama, y medio adormilado miró el reloj de la habitación. <<Dios, la una de la tarde, ¿cómo he podido dormir tanto?>>. Con la pereza del recién levantado fue lentamente hacia la puerta del pequeño piso en el que vivía con sus padres. No se sorprendió en absoluto cuando vio a su amiga Nayara en el rellano. Con un gesto que oscilaba entre el enfado y la alegría por ver a Javier, sus ojos azules se clavaban en él de manera inquisitiva, y el muchacho ya sabía lo que iba a decir antes de que pronunciase palabra alguna.
― ¿Por qué no has ido a clase, idiota?― preguntó la joven enfurruñada.―Los descansos  del café son más aburridos si no te tengo a ti para darte el coñazo.
Javier no puedo evitar soltar una carcajada ante la incapacidad de su amiga para enfadarse con él. La entendía bien, ya que él tampoco era capaz de enfadarse con ella más de diez minutos seguidos. Tantos años juntos, aguantándose el uno al otro, habían forjado una amistad prácticamente indisoluble. Y sin embargo, aún había secretos que guardar. << ¿Entendería ella lo que hago?>>, pensó casi sin darse cuenta el muchacho, recordando que Diana le había prohibido expresamente involucrar a su amiga en el asunto.
―Me he quedado dormido, Nay, discúlpame por no avisar. Te compensaré con un café en mi cocina.―Antes de que hubiese terminado la frase, la joven ya se estaba sacando el abrigo y acomodándose en el sillón. Nayara era así, rápida, energética, <<como un huracán>> pensaba muchas veces Javier. Ella era su mejor amiga, su hermana, el apoyo de su vida. Sólo de pensar que podía perderla por llegar a ser él mismo, se le ponían los pelos de punta de verdadero terror.
―No me mientas, Javi. Sé perfectamente que anoche hiciste algo. No sé el qué exactamente, pero sí sé con quién― dijo Nayara con una sonrisa traviesa.―Has estado con la chica pelirroja, ¿verdad?―A Javi se le hizo un nudo en la garganta, sin saber muy bien qué contestar.―Venga, hombre, cuéntame ya qué has hecho con Diana, tengo ganas de marujear.
― ¿Y tú cómo sabes que se llama Diana? No habrás estado cotilleando el móvil, que nos conocemos, ―respondió Javi, sin darse cuenta de que una mirada sombría pasaba momentáneamente por el rostro de su amiga.
― ¿Eh? ¡Pues claro que te lo he mirado en el móvil, idiota! Pero venga, vamos a dejarnos de tonterías y prepárate para unas magistrales clases de Historia Antigua, que no voy a permitir que te retrases en las clases, ―contestó Nayara rápidamente, cambiando de tema de conversación a lo brusco. Javier no le dio más importancia al asunto, y se centró en las explicaciones de su amiga, él tampoco quería correr el riesgo de suspender y perder la beca que le habían concedido en la Universidad.
Después de unas horas de estudio intenso y una comida entre risas y cotilleos, Javier acudió a casa de Diana, como casi todas las tardes. Esta vez la mujer le había pedido que fuese un poco antes que de costumbre, y que acudiese con ropa oscura y elegante. Mientras el muchacho avanzaba por las sinuosas calles de su barrio, bajo un manto de oscuras nubes, se preguntaba cuál sería la lección de hoy, y se retorcía de impaciencia por saber si le daría luz verde para empezar a coleccionar con ella. Media hora más tarde, el muchacho cruzaba la última calle antes de llegar al portal de Diana. Al contrario que otras veces, ella ya estaba en la calle, vestida con un largo y elegante abrigo negro, que sólo dejaba ver unos finos tacones de aguja.
―Esta tarde tenemos un compromiso, querido mío, ―le dijo nada más verle.―Puede que la lección de hoy sea la más valiosa y…divertida.―Javier notaba cómo ella se retorcía de puro placer por dentro al pronunciar esas palabras. No sabía a dónde lo iba a llevar, pero seguro que le gustaba. Diana nunca decepcionaba, nunca, y estuvo totalmente seguro cuando vio aparecer una gran limusina negra al doblar la esquina. Su mentora le guiñó un ojo, con la intención de provocar en su pupilo la curiosidad que a ella tanto le gustaba. Aquel guiño y esa media sonrisa que siempre lo dejaba colgando al borde de su propio abismo fue todo lo que necesitó el joven para subirse al automóvil sin pensárselo dos veces.
Apenas había pasado media hora cuando llegaron a su destino. Javier, que había estado sumido en sus pensamientos todo el trayecto, no se había dado cuenta de a dónde lo llevaba su admirada maestra. Lo primero que vio al bajar del coche fue el coche fúnebre: un monovolumen negro con la parte trasera alargada estaba aparcado delante de una elaborada verja de hierro forjado. <<Estamos en el cementerio. Esto se pone interesante>>.
― ¿Sorprendido?―le preguntó Diana pasándose la lengua por sus carnosos labios.
―La verdad es que no me lo esperaba, ―contestó el aprendiz con prudencia, ―pero no ha sido el lugar más raro al que me has llevado.
―Eso es verdad, ―dijo la mujer con una sonrisa picarona mientras evaluaba con detalle las reacciones del chico.
Sin más dilaciones, ambos cruzaron la verja del imponente cementerio. Recorrieron durante unos minutos la senda que atravesaba el camposanto de lado y lado, pasando por las tumbas más lujosas y más bellas. Javier supo que habían llegado a su destino cuando sus ojos se posaron en un grupo bastante numeroso de gente vestida de negro, que observaba con la cabeza baja y el semblante serio cómo un lujoso ataúd de madera descendía lentamente a las profundidades de la tierra.
―Ahora es cuando me explicas qué hacemos aquí, en un entierro.
―Silencio, querido mío. Tu tarea de hoy va a ser observar y deleitarte, ―le explicó Diana. ―Quiero que te fijes en sus rostros, en sus ojos, en sus gestos. Quiero que saborees la amargura de sus lágrimas y el dolor de sus corazones. Esto es el culmen de todo nuestro trabajo, de nuestro fuego, de nuestro esfuerzo. Esto es arte, Javier, la consecuencia más placentera y más duradera de nuestra obra.
Mientras hablaba, al muchacho se le abrían cada vez más los ojos, y sentía  ese furor recorriéndole  todo el cuerpo. Su ansia, su curiosidad y sus ganas de llegar a ser su “yo” pleno se veían alimentadas por el énfasis y la pasión que Diana ponía en sus palabras,  con esos ojos verdes brillando de entusiasmo. Su maestra se quedó entonces en silencio, observando la escena, mientras jugaba con los mechones delanteros de su melena pelirroja. Javier hizo lo propio, y se dio cuenta de que había ciertos rostros entre la multitud que le resultaban familiares. <<Ha dado el paso. El éxito está por llegar>>, pensó el muchacho al darse cuenta de que una de las mujeres de la fila más cercana a la tumba era la alcaldesa de la ciudad. La expresión de su rostro fue tan obvia que Diana le dirigió una mirada de triunfo y regocijo.
―Tenía unas manos preciosas. Y como ya puedes observar, hay que estar dispuesto a hacerlo todo por el arte, ―la mujer hizo una pausa y lo miró fijamente, como si quisiera entrar en su mente. ―Y dime, ¿tú estás dispuesto a todo, Javier?― Él no se atrevió a contestar. Lo único que pudo hacer fue tragar saliva y asentir levemente con la cabeza, con un gesto débil pero sincero, esperando que a su mentora le bastase con eso de momento.

Horas después, el muchacho llegó a su casa, agotado y ansioso a la vez. Esta noche estaba solo, ya que sus padres habían ido a la casa del pueblo a hacerles una visita a unos familiares, y estarían fuera hasta la noche siguiente. Javier se quitó el abrigo y se tumbó en el sofá para relajarse un poco viendo cualquier tontería en la televisión. No dejaba de darle vueltas a lo que había visto esta tarde, y sobre todo a aquella pregunta que le había lanzado su maestra a modo de reto, y que estaba pesando más en él que toda la tierra que echaron los enterradores sobre el ataúd de la sobrina de la alcaldesa. El sonido de unos pasos sobre la madera desgastada del apartamento lo sacó de sus pensamientos. Instintivamente, sus músculos se pusieron en tensión, y mano derecha se aferró al cuchillo que llevaba escondido en la pernera del pantalón. Observó todos los rincones de la sala, escudriñando la oscuridad del pasillo, preparado para saltar en cualquier momento.
―Hola, Javier- y sus músculos se relajaron al instante al ver a Nayara apoyada con desparpajo en la puerta del salón. ―Espero no haberte asustado, ―dijo con una mirada juguetona. Llevaba puesto uno de sus muchos vestidos negros, ese que le quedaba tan bien y que al muchacho le gustaba tanto. La muchacha se acercó lentamente hacia el sofá, con su sonrisa enérgica habitual en el rostro.
―Por Dios santo, Nay, casi me matas del susto, ―ambos se rieron tontamente ante la situación. Sin embargo Javier sentía que algo no iba bien, lo notaba en la tensión del ambiente. << ¿Cómo ha entrado en casa?>> <<Quizás le haya pasado algo>>. Antes de que pudiese preguntarle nada a su amiga, la muchacha morena avanzó rápidamente hacia él y lo abrazó de una manera un tanto brusca, temblando. Javier no sabía muy bien cómo reaccionar, ya que las muestras efusivas de cariño no eran algo propio de ella.
―Javier, yo… Tengo que confesarte algo y ya no aguanto más, ―dijo Nayara clavando sus ojos azules en los de su amigo. ―Somos amigos desde hace mucho y eres un persona importantísima para mí, ―le decía mientras lo empujaba suavemente hasta el sofá, de manera que Javier no tuvo más remedio que sentarse. ―Pero creo que ambos sabemos que aquí hay algo más…
El muchacho no sabía qué hacer. Estaba totalmente embelesado por esos dos ojos azules, y simplemente se dejó llevar. Su amiga se sentó encima de sus rodillas, y acercó lentamente sus labios a los del muchacho. Las respiraciones de ambos se agitaron levemente ante la expectación de algo nuevo en su relación. Justo cuando sus labios estaban a punto de tocarse, Nayara levantó los ojos y los clavó en los de él. Javier se dio cuenta entonces que había caído en la trampa, y que ya era demasiado tarde como para salir de ella.
―Perdóname. ―Y acto seguido Nayara besó con pasión sus labios, mientras la sangre de la primera cuchillada salpicaba la ropa de ambos. El rostro del muchacho se contorsionó en una mueca de sorpresa y dolor, mientras escuchaba cómo su amiga gemía de puro placer con la segunda embestida. Y luego otra, y después otra más, y lo único que Javier percibía era la facilidad con la que el cuchillo entraba y salía una y otra vez de su cuerpo.
Al final, invadido por el sentimiento de traición, lo único que pudo ver era la sonrisa de Nayara, rodeada de sangre, jadeante y todavía con el cuchillo en la mano. Antes de cerrar los ojos, la silueta de su maestra se desdibujó a través de la puerta del salón, y entonces todo cobró sentido para él. Comprendió que él y su amiga habían sido rivales todo este tiempo sin saberlo, ocultándose su verdadero ser el uno al otro, como dos idiotas. Comprendió que la que había estado dispuesta a todo había sido Nayara y no él. Comprendió entonces que ambos sólo habían sido peones detrás de una vitrina, a la espera de que la reina decidiese sus destinos en aquel peligroso juego.
Y a Javier le había tocado perder. 



7 comentarios:

  1. ¡Qué bárbaro! Erea, Linda, vuestro relato es genial. Me ha encantado pero muchísimo muchísimo, y no he podido apreciar más eso de que no se diera una solución al embrollo del desarrollo hasta la ÚLTIMA frase. El título del relato no puede ser más acertado. Es muy gracioso también ver combinado al acento dulce suramericano de Linda con tu estilo directo, Erea. ¡Sois magníficas!

    ¡Un beso!
    Paco M.

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  2. Una historia muy interesante, desde luego. Quizás el único fallo que le veo es que no se ve nada raro en Nayara. Obviamente entiendo que todo gira al final, y es un giro estupendo, pero podría haber algún detalle en ella, algo que pasara desapercibido, que al final de la lectura hiciera que el lector pensase "AH CLARO POR ESO". No sé si me explico xD
    Aun así, el relato está estupendo y me ha gustado (también es que tengo cierta debilidad por las historias violentas xD).
    ¡Un abrazo!

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  3. Vaya final, muy bueno, sí, señoritas. No me lo esperaba para nada, de hecho empezaba a pensar que Nayara era un personaje sobrante, pero no, no ha sido así. Me habría gustado saber algo más de Diana, de su colección, de la historia tras esa reina y sus peones, no sé... Pero en todo caso la historia es muy buena y me alegra que decidieseis hacerla juntas. Felicidades a ambas.

    Un frío beso,

    Emily

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  4. Pero bueno, eso no me lo esperaba O.O Me habéis dejado literalmente parada en la silla. Menudo giro y vaya forma de darle sentido al título del relato (he estado todo el rato pensando en dónde estaría la explicación hasta llegar al final). Me ha encantado, espero seguir leyendo más relatos vuestros.
    Un fuerte abrazo,
    María
    P.D.: Diana es un gran personaje, creo que estaría bien que escribieseis algo más centrándoos en ella.

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  5. Muchísimas gracias a todos, de verdad! Nos encanta que os haya gustado leer nuestro relato :D

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  6. Wow, buen giro al final. Ya me preguntaba qué podía pasar con Nayara. Tremenda historia, felicitaciones por lograr algo tan bien escrito.
    ¡Saludos!

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  7. Un gran final, realmente. Y el giro estuvo muy bien, por un momento creí que Nayara iba a ser la víctima jajaja Estoy de acuerdo con Misora con lo de que hace falta la primera parte del arma de Chéjov, pero igual está tan bueno el relato que lo considero un detalle menor.

    Saludos!

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